24 octubre 2014

Cartas De La Atlantida – Robert Silverberg



El príncipe duerme. Sueña, sin duda, con la isla verde y dorada de Athilán, sus palacios de mármol y sus templos resplandecientes. Sin que él lo sepa, he tomado prestado su cuerpo, su potente brazo derecho, para escribirte esta carta. Así pues desde un rincón de lo que calculo que es Bretaña o Normandía, y en lo que creo que es la Nochebuena del año 1862 a. de C., saludos y felices Navidades, Lora. (¿Llegará este mensaje alguna vez a tus manos mientras recorres las tierras heladas orientales de lo que un día será Polonia o Rusia? Supongo que existen menos del cincuenta por ciento de posibilidades, aunque estés en el mismo año prehistórico que yo. Un continente entero nos separa y, con los medios de transporte existentes en esta época, es casi como si estuviéramos en mundos diferentes. Haré que el príncipe lo incluya en el correo diplomático regular que parte la próxima semana y el mensajero real de Athilán lo llevará consigo cuando cruce la tundra hacia la factoría donde supongo que te encuentras instalada. Con suerte, estarás efectivamente ahí y la persona cuyo cuerpo utilizas será alguien con acceso a los documentos reales que porta el correo. Teniendo en cuenta que te escribo en nuestro idioma moderno, tu huésped no tendrá la más remota idea de lo que cuento. Tú, en cambio, sí lo entenderás, mirando a través de sus ojos. Y tal vez incluso puedas enviarme una respuesta. 



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